Si hay una sola circunstancia que caracteriza la historia de La Rioja, al menos hasta poco después de la Edad Media, es su situación en el cruce de dos rutas de fundamental importancia: el camino de Santiago, que trajo a celtas, godos, francos, sajones y judíos; y el otro, desde el Mediterráneo por el río Ebro, que trajo a los iberos, romanos y árabes. En 1369, Aragón y Navarra sellaron un pacto en el que La Rioja era transferida a aquél, aunque pronto volvería a manos de Castilla. Este tipo de cambio sucedió varias veces, hasta que Enrique IV finalmente la recuperó para Castilla. Finalmente, en noviembre de 1833, un decreto real esbozó una versión menor de La Rioja que, en forma de la provincia de Logroño, ha permanecido hasta el presente.